"Jamás había conducido de esa manera, pero también comprendí que jamás volvería a hacerlo". Al sacarse las antiparras, el casco y bajarse de su Maserati 250F, el hombre de 46 años supo que ni él podría alcanzar su propia proeza alguna vez. ¿Qué más le quedaba por hacer? Un 4 de agosto como hoy pero hace 63 años, en el Gran Premio de Alemania de 1957, Juan Manuel Fangio corrió hacia adelante los límites de lo posible arriba de un Fórmula 1.
Más de 100 mil personas presenciaron la hazaña en Nürburgring, el 'Infierno Verde', un trazado extenuante e irregular de 182 curvas -de todo tipo: ciegas, cerradas, rápidas, una larga recta...- y 22,810 km que solamente siete de los 24 que largaron pudieron recorrer las 22 veces pactadas. Uno de esos siete, nacido en Balcarce, hizo algo nunca visto que lo inmortalizó para siempre.
Fangio ya había ganado allí en 1954 y 1956, por lo que conocía de sobra los secretos de un circuito mítico. El rival a vencer era Ferrari y la clave, el neumático: los contrincantes tenían un compuesto duro de Englebert, con menos agarre pero capaz de resistir los 501,820 km totales. Las Pirelli que calzaba la Maserati número 1 eran blandas y daban más grip, pero se gastaban más rápido y había que parar a cambiarlas.
Para contrarrestar, el argentino largó con menos combustible -menor peso- y enfocado en lograr una diferencia que llegó hasta los 29 segundos. Con eso debía bastarle para parar, bajarse a refrescarse, que le pongan dos cubiertas traseras nuevas mientras y seguir, pero los mecánicos se demoraron más de lo previsto (1m18s) y el plan tambaleó. Los monoplazas rojos de Peter Collins y Mike Hawthorn tomaron la punta en la vuelta 12 y le sacaron 48s, que por errores de conducción llegaron a 51s.
Las únicas soluciones posibles eran, o esperar un error rival, o ser más rápido. Optó por la segunda, mientras Ferrari veía el triunfo en el bolsillo. Era imposible para todos, menos uno, que hilvanó tres récords en fila del giro 15 al 17 y se puso a 25s. En el 20 ya se apareció por los espejos de la DS50 y estableció la vuelta más rápida de todas las registradas allí hasta ese momento (9m17s4, a 147,320 km/h de promedio).
"Comprobé que arriesgando un poco más, si podía mantener la trayectoria correcta, salía con más velocidad al tramo recto siguiente. No fue muy tranquilizador sentir que la máquina se desplazaba en las curvas sin adherirse, pero tuve que tratar de ganar y comencé a poner marchas más altas. Donde siempre ponía la segunda marcha puse tercera, donde ponía tercera puse cuarta y donde ponía la cuarta puse la quinta", explicó.
Para Collins no hubo defensa posible en la 20º. Para Hawthorn, en la 21º, tampoco. "Si no me hubiera corrido a un costado, el viejo diablo me hubiera pasado por arriba", dijo el campeón del año siguiente. El final fue para Fangio un vuelo veloz hacia la gloria, hacia su quinto título del mundo -ese que fue igualado después de medio siglo y en condiciones muy diferentes-, hacia su 24ª y última victoria en la F1.
Tres horas y media de carrera después, cruzó la línea de sentencia y recibió con una sonrisa de oreja a oreja la bandera a cuadros. Una alegría imborrable y una adrenalina difícil de bajar. "Tanto me exigí que las dos primeras noches después de la carrera no pude dormir", contó después, pero el sueño de quien había viajado a Europa con el objetivo de "por lo menos ganar una carrera" ya estaba cumplido con creces.
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