¿Se puede decir que es un perdedor alguien que logró 16 títulos como jugador y otros 2 como entrenador? De ningún modo. Sin embargo, la vida de Fernando Gago está llena de paradojas. La última es ésta que empezó a vivir: la gente de Boca lo espera, ansiosa, aunque no lo haya elegido. Porque esa es la verdad, en ninguna de las encuestas estuvo ni cerca de ganar (en todas arrasó Guillermo). Hay una rareza más, pero en realidad lo toca tangencialmente: Juan Román Riquelme lo eligió para salir de esta crisis después de haber hecho lo imposible, durante estos cinco años, por librar al club de cualquier vestigio de Madrid. Como si estuvieran malditos y hubiera que exorcizar al club.
Por qué cuando hablamos de ganadores jamás se nos aparece la imagen de Gago en los primeros lugares, es algo de estudio. Pero muy probablemente tenga que ver con esa serie de tragedias deportivas que lo persiguieron, que azotaron su carrera, que se la cercenaron en momentos clave, icónicos. Su regreso a la Selección en la Bombonera, por ejemplo, cuando pedía al borde de la locura que lo dejaran seguir. Un superclásico en cancha de River y otro en la de Boca, cuando cayó fulminado por un rayo. Y también la final de la Libertadores, en la que le pegó el tiro del final a la ilusión del equipo al lesionarse poco después de haber ingresado: nueve contra once, fue imposible. El mundo del fútbol se nutre de sensaciones.
Acaso influya, también, un detalle no menor: habiendo jugado en el club más copero de América y en el más copero del mundo, no ganó Libertadores ni Champions, que son esos títulos con los que los hinchas tapizan las paredes de su memoria. En estos clubes no se "compite": se gana.
Como técnico, Gago es un personaje de grieta, como todos los que visitan los extremos: se los ama o se los detesta. En Aldosivi arrancó como un encantador de serpientes y terminó condenado porque su fundamentalismo le impidió darse cuenta de que con aquellos jugadores era imposible llevar a la práctica su idea. En Racing arrancó mirado de reojo -el escudo de Boca lo condenaba de antemano-, fueron valorados su fútbol y su profesionalismo pero no le toleraron la repetición de malos resultados, esos a los que él evita llamar "fracaso".Los peores: la eliminación a manos de Boca en la que le hicieron el famoso pasillo perdedor, la caída frente a un Agropecuario que llevaba impresa la frase "Gracias papá por hacerme de Racing" (su presidente es fana de la Academia) y una eliminación de Sudamericana a manos de un equipo uruguayo que ¡ya estaba eliminado! En Chivas lo acusan de no ganar clásicos y están a punto de acompañarlo al aeropuerto para asegurarse su salida. Como contrapartida, son muchos los jugadores que hablan maravillas de él, de sus métodos de trabajo, que le agradecen haber pasado con él los mejores momentos de su carrera.
Gago, a un paso de Boca tras una reunión con Riquelme
Este antihéroe, casi casi el inventor de la resiliencia, la cara más perfecta para ilustrar el término, tuvo los huevos enormes de sobreponerse a sus días peores, de volver de sus lesiones graves y prolongadas para retirarse por su propia voluntad dentro de una cancha y no en un quirófano ni en un consultorio de rehabilitación. Este antihéroe es el hombre elegido por Riquelme. "Menos malo que los demás", podría justificar el presidente, aunque jamás dirá eso públicamente porque ya en privado le expresó alguna vez la admiración por su trabajo. Boca necesita un hombre de su riñón, y Gago tiene más años de Boca que el propio Riquelme.
¿Por qué los hinchas lo esperan, pese a no haberlo elegido? Porque lo conocen y sospechan que puede ser el primero en ponerle límites territoriales al presidente. Fernando no es un chico dócil. Para arrancar, nomás: cambió el paradigma del 5 de Boca y lo hizo con la misma suficiencia con la que hoy se para frente a sus dirigidos. Recién debutado, se señalaba la punta del botín para pedirles a sus compañeros que se la dieran la pie y retiró a un campeón del mundo como Cascini, a partir de ahora uno de sus interlocutores directos del Consejo de Fútbol. Fue capitán y campeón con Boca, compañero de Riquelme, también de Romero y de Rojo; rival de Advíncula y de Cavani, como para que quede claro lo contemporáneos que son y su juventud: apenas tiene 38 años.
Fernando Gago enfrenta el máximo desafío de su carrera. No importa lo que venga, no habrá nada más grande que Boca en su futuro, como no lo hay para nadie que vista esta camiseta o se siente en este banco. Pero encima el reto, para él, será doble. Porque ya tuvo una larga historia en Boca y necesita reescribir parte de ella. Sobre todo el final, para ponerle un cierre acorde a lo excelso que fue como jugador, un cierre que encaje mejor con aquel inicio que lo postulaba como la joya de las Inferiores del club que aún sigue siendo, la venta más cara de la historia, el pase sin escalas a la realeza europea. Gago nació para ser rey y siempre, siempre, el trono se le escapó, jabonoso, resbaladizo, inalcanzable. Con los pantalones largos, la misma altivez, la elegancia intacta de los tiempos de shorts, ahora tiene una segunda oportunidad. Todos los que lo admiramos y lo vimos sufrir queremos su bien. Por él, claro que sí. Por Boca, también. Y por todos nosotros.
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