Hacía mucho, mucho tiempo que no se veía a un Boca con tanta autoridad. Que no se lo veía ganar un partido sin sufrir, holgado, sólido. Hubo un accidente, el gol del empate de Belgrano, es cierto, pero hasta eso enaltece el triunfo porque Boca supo reponerse rápido de un golpe que no merecía y volvió a ponerse arriba.
Dio varios pasos adelante Boca en este partido, muchos más que en el triunfo ajustado contra Barracas que había marcado una recuperación a medias luego de la caída contra Newell's: una cosa es obtener un resultado, esto es mucho más que eso. Es una ratificación de un rumbo, de las formas que había empezado a encontrar antes de la excursión a Rosario, levanta un pagaré en cuanto a las actuaciones de visitante y muestra buenos niveles individuales para una actuación colectiva convincente. Como si quisiera espantar de una vez esa imagen de equipo poco confiable, de mandíbula frágil. Y hasta supo jugar el juego que le plantearon: pelear un rato, una arena en la que no suele irle bien, hasta que pudo marcar los lineamientos del juego.
Hay un círculo virtuoso que arranca en el técnico y la formación que pone en cancha: un equipo clásico, sin sorpresas posicionales ni de nombres, con el parado que más cómodo les queda a todos. No puede decirse que las buenas actuaciones de Rojo, Zenón, Cavani, Delgado, Belmonte, Lautaro Blanco se deban al dibujo, pero ese 4-3-1-2 que aparece cada vez más seguido y está asociado a los mejores momentos seguramente ayudó. Por supuesto, eso genera un contagio, y entonces hasta los que entran un ratito lo hacen de buena forma, porque nadie ingresa como un salvador, sino simplemente a sumarse a una estructura que está en funcionamiento: a Costa se lo vio sólido, Velasco mostró alguna gambeta interesante, Miramón se acomodó rápido como ladero del Milton chico, Merentiel puso a Blanco de cara al cuarto, que no llegó de milagro.
La palabra de Marcos Rojo después del triunfo de Boca ante Belgrano

Tan bueno fue lo de Boca esta vez que pelean entre varios por ser la figura. Lo merece Rojo, en su gran noche del año, octavo partido consecutivo -no hay registros de tanta continuidad desde que llegó a Boca- gol de apertura y atajada clave en la línea a un tiro de Uvita que ya había dejado fuera de acción a Marchesín. Lo merece Zenón, participativo, fino, un gol y el tiro previo al de Palacios, buenas sociedades con Blanco -la conocida- y con el chileno -la incipiente. Podría merecerlo también Cavani, que increíblemente hace todo bien menos definir: se lo perdió de cabeza en el primer tiempo y no se animó a definir minutos antes del empate de Belgrano, pero mete un gran pase para Zenón en el segundo y una diagonal formidable en el tercero. Esto, más su participación habitual, desde bajar de 3 a meter un cambio de frente de 50 metros hasta pivotar de cabeza todo lo que le tiraron. No fue, en cambio, un gran partido de Blondel ni de Giménez, tampoco de Marchesín, pero es bueno saber que el equipo puede cubrirlos.
Falta poco para el cierre de la fase de grupos y lo que viene será lo más difícil. Es imprescindible aprovechar los partidos que quedan para seguir rodando el equipo más allá de los retoques necesarios, para ganar confianza de cara a los mano a mano, que también son una deuda que se viene trasladando a través de las gestiones. Este es el Boca que queremos y nos merecemos los hinchas: un equipo que nos haga disfrutar, que sea ganador y que nos haga gritar, no putear a los gritos. El camino es por acá, nada de desvíos.
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