Messi siempre quiere un poquito más. Cuando parece que ya no queda nada, que ya está, como dijo apenas fue campeón mundial en Qatar, que ya está hecho al levantar esa copa que persiguió con obstinación durante años en los que la pelota, más caprichosa que nunca, se empecinó en negar la gloria que merecía.
Hay un Messi antes de Qatar y un Messi después de Qatar. La felicidad recorre su cuerpo y las miradas de los hinchas embelesados en cualquier lugar del mundo pero más en Argentina. Profeta en su tierra, desde hace tiempo, pero ahora abrazado a la felicidad de un pueblo castigado en otras áreas.
Este nuevo Messi después de Qatar, el Messi campeón del mundo, el Messi pleno, feliz, casi más padre pero afortunadamente todavía jugador de fútbol, sigue siendo el mejor del mundo. Grande, fatigado, hostigado por rivales que pretenden que no haga su magia en la función de cada noche, siempre se las ingenia para encontrar un resquicio y cumplir con su arte.
Esta vez fue de tiro libre, como tantas otras. Venía amagando con ganarlo desde hacía un rato, intentando esas apiladas cerca del área que suele definir contra un palo. Los ecuatorianos, prolijos, ordenados, fuertes físicamente y decididos a aguantar el cero todo lo que fuera necesario y más también, lo tenían controlado. Eso creían.
No hubo barrera ni lagarto que pudiera con ese tiro libre, esa caricia, que Messi adivinó gol no bien salió de su botín. "Andá pa’ allá", le ordenó y la pelota, suavemente, gambeteó hasta la mirada del arquero, que no pudo despegar los pies del piso.
La Selección inició el camino de la defensa del título mundial con un partido cerrado y difícil, como serán varios. Los rivales intentarán bloquear el juego del campeón del mundo y apurar alguna aventura ofensiva cuando nos encuentren regalados o generosos en defensa.
Cuando esas contras podían lastimar, emergió la colosal figura de Cuti Romero. Un gladiador que impuso su presencia física, su inteligencia en el anticipo y su calidad técnica para animarse a varias trepadas que generaron la locura y el reconocimiento de la tribuna. Se impuso en el duelo con Enner Valencia, un delantero que viene teniendo destacadísima actuación en Copa Libertadores y no pudo con el nuevo Mariscal, gran figura de la noche entre los terrenales.
Argentina no tuvo un gran partido. Faltó funcionamiento, desdoblamiento en ataque, hubo tal vez un exagerado celo en el cuidado de la posesión que no se transformó en una tenencia agresiva y ofensiva. Fuimos un equipo previsible, un tanto espeso y sin más profundidad que las mandadas al vacío de Molina, un poco impreciso.
De mitad de cancha para adelante costó mucho todo. Cuando el mediocampo no fluye, todo el equipo se aplana, se vuelve monótono. Ni Messi podía escapar de esa medianía hasta que decidió tomar cartas en el asunto y hacer lo que hace siempre: ganar. Unos minutos antes ya había mostrado el equipo la decisión de ir por la victoria y en el segundo tiempo se vio esa versión más agresiva, más intensa, con MacAllister haciendo de contención para que se soltara un poco más Enzo. El dominio se hizo ostensible y la Selección empezó a sacudir el árbol. Volvíamos a tener la presencia del campeón del mundo.
La vida es una lucha contra el tiempo y la felicidad son apenas momentos, efímeros según algunos pesimistas. El Mundial, la tercera estrella, nos proporcionó ese regocijo nacional y hoy Messi, tan pleno, se permite aceptar y hasta pedir lo que no quiso nunca: salir, ser reemplazado, que la gente se rompa las manos para demostrarle lo mucho que lo quiere, lo mucho que lo queremos. El Messi antes de Qatar, el Messi que no tenía la copa que más quiso y más se le negó, el Messi que no se iba a la cama con esa copa tan querida, jamás quería salir y hasta se enojaba si lo sacaban. Es cierto que pasaron los años pero también que la tercera estrella le dio el toque final, la bendición de sabiduría que llega con los años y con la tranquilidad del deber cumplido.
Los números, los récords, caen todos. La carrera de Messi es un catálogo interminable de victorias que nadie quiere que termine. Todos queremos un partido más, un gol más, otro más y no jodemos más. Será a partir de ahora un grito en silencio, un deseo de todos que nadie se animará a decir. Uno más y no jodemos más…
Cuando eso pase, volveremos, volveremos otra vez a gritar en silencio o ya no tanto, ese rezo de cada recital cuando se apagan las luces y parece que ya terminó la función. Uno más y no jodemos más. Disfrutemos el enorme privilegio de ser testigos presenciales de la mejor y más perdurable joya de la historia del fútbol. El único capaz de ganarle al tiempo.
Foto: Gustavo Ortiz/Jam Media/Getty Images