El Muñeco nos tiene acostumbrados a hacer pequeños ajustes año a año que le van agregando color a un equipo que es un arco iris de felicidad. La esencia viene siendo la misma, el equipo protagonista, que sale a ganar en todas las canchas, que presiona lo más alto posible y empieza a jugar con la defensa prácticamente en campo contrario y un mediocampo que tiene dos exponentes de una inteligencia superlativa y un desequilibrante. Ahí, en el medio, se fabrica el fútbol de este nuevo River de siempre. Con Enzo Pérez y Nacho Fernández como bastoneros, cerebros y ejecutantes de un modelo de juego de tenencia y dinámica, rotación, pase al compañero y búsqueda de la mejor opción para seguir al ataque. Ahí nace todo. Luego De la Cruz es el picante, el que busca el área, el que encara y que poco a poco va consolidando los argumentos futbolísticos del equipo y se transforma en imprescindible.
Después empiezan a desplegarse los laterales, incansablemente, van y van, sin piedad por los extremos rivales que los tienen que perseguir y terminan agotados. Los centrales siempre atentos para marcar en ataque, con gran capacidad técnica, se animan a conducir, a meter cambios de frente y generalmente ganan en el uno contra uno.
Los puntas, endemoniados, no sólo juegan y se buscan, se asocian, sino que además se ponen el overol para presionar y recuperar la pelota.
River destrozó a Binacional por 6-0 pero nunca, en ningún momento, le bajó la tensión al partido. No miró al rival por arriba del hombro, no sobró, siguió jugando, laburando, intentando meter más goles, ganar minutos de alto vuelo. Cuando los partidos se dan así, más parecidos a entrenamientos que a choques de Copa, suele aparecer la relajación, cierto desdén, y el juego comienza a desdibujarse cuando ya el marcador no corre riesgo. River no dejó que el partido cayera en el aburrimiento. Esa concentración, ese hambre, esa intencionalidad de seguir atacando, también forma parte del ADN de un equipo que marcó la historia más increíble de todos los tiempos y aun así sigue queriendo.
Aplausos y más aplausos para River. Por el juego, la seriedad y el compromiso. También por la vuelta al gol del querido Oso Pratto, un doblete que será importante para su confianza: vamos a necesitar de su aporte. Es cierto que el rival era muy débil, pero también que River lo minimizó aún más. Después del eterno parate por la pandemia y sin amistosos, estos dos partidos muestran que el equipo mantiene los valores del ciclo y que hará lo imposible para dar pelea.
Tal vez sea la última chance, The last dance, el último baile de este equipo que, producto de la situación del país y del mercado de fútbol tenga la posibilidad de buscar otros horizontes en muchos de sus integrantes en el corto plazo. Mientras estén, lo seguirán intentando. Siempre para adelante. Siempre por más. Un sello de un ciclo inolvidable.
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