Final del partido en Lima. La Selección obtenía un gran triunfo ante Perú y Lionel Messi, encorvado, intentaba recomponerse y buscar un poco de aire. No se trataba de arcadas ni un problema estomacal. Había hecho un enorme desgaste físico durante 90 minutos y monedas. No parecía el mejor jugador del mundo, sino un mortal más.
La Pulga jugó para el equipo: corrió, raspó, mordió y estuvo cerca del gol. Se lo notó contento, con una sonrisa en la cara, más allá de no haber podido vulnerar el arco de Pedro Gallese. Eso, para él, se situó en un segundo plano. Lo destacable fue que logró compañía confiable en cancha. Giovani Lo Celso y Leandro Paredes lo buscaron en la zona medular. También, con su zurda quirúrgica, encontró a Lautaro Martínez y a Nicolás González, los goleadores de la noche.
Presionó en la salida contraria y corrió de atrás a varios rivales para hacerse de la posesión. Robó como nunca antes lo había hecho. Algo llamativo para alguien que hace dos semanas fue defenestrado por la prensa española al no ir a cruzar a un jugador de Betis que pasó cerca de su sector.
Hoy en día la Selección le sienta bien al N°10, que perdió cierta explosión y hambre goleadora, pero que sigue resolutivo y con las ideas claras. El grito se le viene negando desde la primera fecha. El jueves pasado fue el VAR y esta vez su propia ineficacia, tanto con la pelota en movimiento como en los tiros libres. Pero eso poco le está importante. Festeja poder vestir la celeste y blanca, alejarse por un rato de la vorágine de Barcelona, y seguir escalando peldaños hasta el Mundial de Qatar 2022, posiblemente su última función con el combinado nacional.
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