Con los hombros encogidos y una voz muy tenue, Equi Fernández habla con el Canal de Boca tras firmar su contrato hasta 2028 con el Xeneize. Su silla se mueve de lado a lado mientras responde y sus ojos observan constantemente el piso. Sus expresiones son tan solo lo que anticipa su personalidad. Sus acciones, y quienes lo describen, son lo que lo definen.
El sol aún no aparece en San Miguel. El agua no para de caer y las calles de tierra empiezan a convertirse en pequeñas lagunas. Zapatillas en mano y pantalones arremangados, el Equi tiene 15 años y comienza su rutina de todos los días, pero esta vez, como tantas otras, mientras diluvia. Un largo viaje le espera. Cuatro cuadras caminando desde su casa hasta la estación de colectivo, donde ya hay asfalto y puede limpiarse los pies, 30 minutos hasta llegar al tren, tomar el San Martín hasta la estación de Hurlingham, donde combina con el 338, y finalmente bajar en Puente 12 para alcanzar al micro de Boca que desde la sede lleva a los chicos de la Pensión hasta Boca Predio, donde debe entrenar con sus compañeros de las Inferiores.
Sus padres se despiertan más tarde y revisan si el Equi esta vez se quedó por el mal clima, pero él ya no está. Su objetivo no se lo podía sacar de la mente. Quería ser futbolista y no había otra opción. Tenía ocho años cuando le preguntaban qué quería ser de grande y siempre su respuesta era la misma, a diferencia de su hermano que ante la repregunta de qué pasaría si eso no sucedía respondía cualquier otra cosa.
Matías, el hermano del Equi, pudo haber sido su primer referente. Dos años mayor, comenzó a jugar en cancha grande a los siete. Equi solía acompañarlo y, aunque los profesores no se lo permitían, él quería jugar a toda costa. Lo logró. Sin embargo, no fueron muchos partidos y al año siguiente se sumó a la categoría 2001, pese a ser 2002.
“Matías era un jugadorazo. No tuvo lo que tuvo Equi. No tuvo disciplina. Muchos dicen que era mejor que Equi. Hoy lo ven jugar y le dicen ‘vos tendrías que estar jugando en Primera’. Cuando eran más chicos con mi mujer nos dividíamos para llevarlos a entrenar y jugar. Yo iba más con Matías porque era delantero, aunque después terminó como defensor central. Estuvo en Huracán, en Ferro, en Platense, donde entrenó con la Primera. Después dejó, pero donde probaba quedaba”, le cuenta Sergio Fernández, el padre de los chicos, a TyC Sports.
Equi entendía que se trataba de tomar decisiones. Convencido de todo, como cuando quería jugar con su hermano, y mientras ya estaba en Boca, le dijo a su familia que no quería ir más al Xeneize. Los viajes eternos con su mamá y volver tan tarde lo agotaban, pero sabía que el destino le tenía algo preparado. “Si es de parte de Dios que yo juegue en Boca ya va a llegar su tiempo”, aseguró con menos de ocho años. Así fue.
“Yo conocí al Equi cuando tenía siete años. Su hermano pertenecía al proyecto Barcelona y él había comenzado a participar. Lo detectaron en una prueba. Lo trajeron. Inmediatamente vimos un talento muy importante en su capacidad de gambetear. Era muy chico y era un gran futbolista de baby en el barrio donde él vivía. Equi es un gran chico, muy introvertido, muy humilde, muy amigo de sus amigos y siempre con una sonrisa en la cara”, lo recuerda Jorge Coqui Raffo, por entonces director deportivo del Centro de Entrenamiento para Futbolistas de Alto Rendimiento (CEFAR), quien luego lo llevó a Boca nuevamente y volvió a unirlo con el club del cual es hincha.
Tras llegar del trabajo un sábado, y ya relajado, el padre del Equi le revela a TyC Sports que vive de hacer trabajos de electricidad, plomería y pintura, como desde chico. Su hijo no tuvo nunca la necesidad, porque toda su vida estuvo vinculado al fútbol, de aprender su oficio. Sergio va a la tribuna donde se ubica La 12 en La Bombonera y a lo largo de su vida siguió al equipo de sus amores a todos lados y ahora lo sigue haciendo. Más allá de tener la posibilidad de asistir a una platea, sigue yendo a la popular. Allí va con su familia. Tiene también a Matías y a otras dos hijas, una mayor y otra menor que Equi.
Son de San Miguel, de la Provincia de Buenos Aires. Nunca pasaron necesidades, pero tampoco les sobró nada. “Siempre está pensando en que no nos falte nada, que cualquier necesidad que tengamos que le avisemos. Es familiero. No pasa mucho tiempo que quiere juntarse o vamos a la casa de él o viene para acá. Con sus sobrinos también”, revela Sergio acerca de su hijo, sobre quien además enfatiza en que tiene una personalidad adulta desde chiquito y que es muy responsable.
Responsable solo con lo que le gustaba. Equi no terminó el colegio. No era de su agrado estudiar. Solo lo hacía porque Boca se lo exigía, aunque le iba bien. El problema con los estudios comenzó en 2019, cuando fue citado por la Selección Argentina juvenil y entrenar en ambos lados comenzó a complicarle su agenda. Sus padres le insistieron, pero que iba a jugar al fútbol ya era un hecho y no había nada por hacer.
Como en su entrevista con el Canal de Boca. Ese es Equi. Cabizbajo, hombros encogidos, con un andar cansino, el cual lo caracteriza desde su debut en el Xeneize en 2021 o desde que jugaba en Unión de Santa Brigida, en su barrio. Entregado a Dios, a sus padres y a su familia. “Nosotros somos de familia cristiana. Siempre le enseñamos que Dios está en todas las cosas”, añade Sergio. Sus expresiones son tan solo lo que anticipa su personalidad. Sus acciones, y quienes lo describen, son lo que lo definen.
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