Mucho más que Enzo Pérez-Demichelis: la larga historia de conflictos e internas entre técnicos e ídolos de River
A veces peleas y tensiones fuertes. Otras, guerras frías, relaciones protocolares o decisiones equivocadas. Los distanciamientos entre entrenadores y jugadores-emblema de River es una lista que también abarca a Di Stéfano-Alonso, Passarella-Comizzo (y varios más), Ramón Díaz-Enzo, Merlo-Gallardo, Simeone-Ortega y Almeyda-Cavenaghi.
Aunque no trascendieron detalles, las palabras y los silencios de despedida de Enzo Pérez, luego del Trofeo de Campeones, dejaron en claro que su relación con Martín Demichelis estaba desgastada, herida o, incluso, sin retorno. Sin aceptar preguntas para evitar convertir un momento emotivo en un pase de facturas, el mendocino le agradeció –sin mencionarlo- a Marcelo Gallardo y no hizo referencias sobre el actual técnico, síntoma del distanciamiento. Además, en épocas en que la opinión de los jugadores pueden decodificarse a través de lo que escriben sus familiares en redes sociales, se suma el posteo que la mujer de Enzo publicó en la previa al partido con Central: otra vez, gracias a Gallardo y sin mención a Demichelis.
En el futuro tal vez se sepa, o no, cuán hondo fue esa interna nacida en agosto tras el off the record en el que Demichelis les compartió a los periodistas su opinión –con poco filtro- sobre algunos referentes del plantel. Desde entonces, lo único que Pérez dijo en público fue tras el amistoso ante Universidad Católica, en septiembre: “Yo hablo puertas adentro, nada más”, otra forma de dejar en claro su interna con el DT que, a su vez, nunca dejaría de contar con el mendocino. En todo caso, el conflicto Demichelis-Pérez forma parte de una historia con varios capítulos, indeseados pero acaso inevitables: los cortocircuitos, las tensiones y las peleas entre los técnicos y los ídolos de River.
Algunos pertenecen al fútbol en blanco y negro y sin tanta repercusión mediática –ni, mucho menos, tecnológica-, pero aún así a verdaderos ídolos como protagonistas. En su segunda experiencia como técnico de River, en 1968, Ángel Amadeo Labruna desplazó a un mito viviente –y ex compañero- como Amadeo Carrizo, que tras 23 años en el arco de River debió exiliarse a Millonarios de Colombia. Pero, según aclararía después el propio Amadeo, “no me peleé con él (por Angelito). Años más tarde nos cruzamos en alguna fiesta del club y nos saludamos bien”. Ya durante su tercer ciclo como DT de River, el más triunfal, entre 1975 y 1981, sería recordada la polémica que Labruna tuvo con Juan Ramón Carrasco, el creativo uruguayo que quería jugar más minutos de los que le concedía el entrenador. Pero como el uruguayo no llegó a ser ídolo, no es más que un asterisco para esta reconstrucción, llena de apellidos pesados y amados.
Alfredo Di Stéfano-Norberto Alonso, 1981.
El conflicto, entre futbolístico y de egos, estalló en diciembre de ese año y sacudió Núñez: el técnico, una gloria del Real Madrid y con pasado como jugador en River a fines de los 40, marginó al Beto de las finales ante Ferro por el Nacional 1981 -pese a la ausencia del número 10, River igual saldría campeón-. Alonso ya era un prócer: había convertido los goles decisivos del Metropolitano 1975, el primer torneo ganado por River tras sus fatídicos 18 años sin títulos, y había sido figura en el tricampeonato conseguido entre el Metropolitano 1979, el Nacional 1979 (gol clave en la final ante Unión) y el Metro 1980. Enfurecido contra el entrenador, el Beto encaró al presidente del club, Rafael Aragón Cabrera, y le dijo: “Mientras esté Di Stéfano en River, yo no juego”. Y ya a comienzos de enero de 1982, redobló su postura ante los medios: “Si no me venden, dejo el fútbol”.
Según recordó Alonso en su libro “El Beto” (Planeta, 2018), “Me citó Aragón Cabrera en la presidencia, que estaba en la planta baja del Monumental. ‘Qué quilombo -me dijo-, ¿no se puede arreglar esto?’. ‘No’, le dije. ‘Rafael, usted sabe que yo tengo una palabra’. Pasamos por la confitería del club y unas 25 personas rompieron el carnet de socios delante nuestro y se lo tiraban en la cara”. Di Stéfano siguió como entrenador de River y, en efecto, Alonso pasó a otro club: el 28 de enero de 1982 firmó con Vélez.
Daniel Passarella-Ángel Comizzo, 1992.
El arquero no llegó a ser un auténtico ídolo de River –esos que se convierten en bandera o tatuaje- pero aún así fue una figura amada por la hinchada a comienzos de los 90. Tras un comienzo con muchas dudas en 1988 –la barra llegó a cantar “Sacá a Clemente, poné a Passet”, en referencia a Oscar, el suplente en el equipo de César Menotti-, Comizzo se ganó el amor de la tribuna y ganó dos campeonatos, 1989-90 y Apertura 1991. Y era, todavía, un intocable del equipo de Daniel Passarella que le peleaba el Apertura 1992 a Boca. O eso parecía ser.
Tras dos noches con errores marcados, ante Talleres y Lanús, ya sobre el final del torneo, Passarella sorprendió al sacarlo en un entrenamiento de la semana. Fue una conmoción, una decisión que nadie esperaba, y la noticia llegó a la tapa de los diarios nacionales. Al partido siguiente, ante San Lorenzo, atajaría el uruguayo Javier Zeoli y desde entonces se tejerían decenas de conjeturas sobre por qué Passarella había sacado a un arquerazo –en desmedro, además, de un sucesor que nunca estaría a la altura del arco: Zeoli pelea el campeonato de los arqueros menos confiables de las últimas década de River-. En la sorpresa, se llegó a revolear cualquier disparate, como cuestiones familiares. En verdad, se trató de la primera decisión personalista y por encima de River que marcaría el ego desmedido de Passarella, primero como técnico y después como presidente: en el futuro llegarían los cortocircuitos con Marcelo Gallardo, Ariel Ortega, Ramón Díaz, Américo Rubén Gallego y más ídolos o referentes.
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Ramón Díaz-Enzo Francescoli, 1996.
En este caso no se trató de una pelea abierta sino de una guerra fría o, también, de una relación que, más allá de lo protocolar, nunca terminó de cuajar. El riojano, en sus primeros días como técnico, no tejía una forma de trabajo o de relación personal que congeniara con sus jugadores, más bien lo contrario. Y aún así, River ganaba y no dejaba de ganar. Ramón style. En el libro “100 por 100, reportajes a grandes ídolos de River”, del periodista Diego Borinsky (El Gráfico, 2013), se recupera una entrevista al uruguayo, realizada originalmente en 2008. Allí Francescoli dejó en claro que su relación –la suya y la del plantel- con Ramón nunca tuvo un gran conflicto pero, aún así, no dejó de mencionar las “pelotudeces” que veía en el manejo del técnico: “Mi idea era convivir (con Ramón) de la mejor manera. Por eso le dije al grupo ‘Tratemos de no enquilombarnos, la cosa va a estar bien, no tenemos ningún problema radical con Ramón, convivamos con las pelotudeces y vamos arriba’”.
-¿Cuáls eran las pelotudeces?
-Que subiera al escenario en una cena después de ganar la Libertadores (1996) y agradeciera a todos, menos a los jugadores. Rompe las pelotas, viste, porque el que juega es el jugador. Estábamos en la mesa y nos mirábamos recalientes. Yo no tengo problemas con Ramón ni los quiero tener, pero las cosas como son.
-¿La charla técnica con el América (para la final de 1996) la diste vos?
-No. Le había pedido a Ramón hablar cinco minutos. Sentí que era la última oportunidad de ganar la Copa y les dije ‘Ninguno se imagina cuánto valen estos 90 minutos’. Quería tenerlos con la sangre hirviendo, pero no hablé de táctica. Jamás me metí, aunque tuve mil oportunidades para hacerlo (…). Muchas veces he pecado hasta de boludo en algunas cosas”.
Esos cortocircuitos se extendieron a otros jugadores-emblema. Así como hubo imágenes simbólicas, por ejemplo la de Ariel Ortega cuando se negó a salir en un River-Racing, también hubo insultos en la intimidad, como cuando Leonardo Astrada le dijo “Sos un hijo de puta” en una pretemporada de 1996, según reconocería el entonces volante central y luego técnico, enojado porque Ramón le había dicho que el presidente Alfredo Davicce lo quería vender a otro club –cuando Astrada ya sabía, en boca del propio Dávicce, que era Ramón el que no lo quería-.
Reinaldo “Mostaza” Merlo-Marcelo Gallardo, 2006.
En el libro “Gallardo Monumental” (Random House, 2015), Borinsky cuenta que la relación entre Mostaza, el entonces técnico de River, y el Muñeco –todavía jugador- tuvo un primer cortocircuito durante una derrota contra Gimnasia en el Monumental en 2005. Aquella tarde, Gallardo fue expulsado en la primera etapa y Merlo lo expuso en el vestuario: “Es de poco hombre dejar al equipo con 10”. Gallardo le contraatacó con vehemencia y la discusión fue tan áspera que el intervalo duró mucho más que los 15 minutos reglamentarios. Sin embargo, Mostaza le pediría disculpas a los pocos días y la relación pareció mejorar, aunque entre ambos había una diferencia grande en la filosofía futbolística.
Ya en el verano de 2006, en Mar del Plata, Gallardo volvió a enojarse con el cuerpo técnico cuando escuchó que les decían a los jugadores “pongan cara de cansados que ahí llegan los periodistas” tras un entrenamiento con poca exigencia. Y entonces tomó valor y encaró a Merlo: “Carlos, no es nada personal, pero estoy incómodo jugando acá, no estoy de acuerdo con tu proyecto, con la forma de entrenar y de jugar. Así no te voy a servir, se va a generar quilombo”, le dijo.
-¿Y tus compañeros qué piensan?, le repreguntó Merlo.
-La mayoría piensa como yo.
De inmediato, Merlo renunció y Gallardo siguió en River, aunque no por mucho tiempo. Además, recibiría la bandera –enviada por los dirigentes- de “Ortiba y golpista”.
Diego Simeone-Ariel Ortega, 2008.
River acababa de salir campeón del Clausura con un gran aporte del jujeño, siempre mágico, aún a sus 34 años. Tras la vuelta olímpica ante Olimpo –con el valor agregado de haberla dado con uno de sus hijos-, faltaba una fecha, ante Banfield. Y, entonces, según recordó Ortega ante Atilio Costa Febre en 2020, llegó la traición: Simeone le dijo que no se concentrara porque no lo tendría en cuenta.
“Yo no tengo bronca a nadie, menos en el fútbol, pero son cosas que me dolieron. Fui a su habitación ese domingo y le dije todo lo que tenía que decirle a él y a Nelson Vivas. Los re ‘puteé' a los dos, ellos me dijeron sus cosas y quedó ahí. Me dolió porque fue como una traición. Ya habíamos salido campeones y podría haber jugado dos minutos, entrar, salir, me iba de River y se terminó. Pero hay gente que se cree más importante que el club y que el fútbol. River está más allá de los nombres y es más importante que todos los entrenadores y que todos los jugadores”, diría Ortega, que siguió su carrera en Independiente Rivadavia y volvería a River al año siguiente, cuando Simeone ya había renunciado.
Matías Almeyda-Fernando Cavenaghi, 2012.
El técnico y el goleador habían hecho un gran trabajo para el Ascenso. Pero pocos días después, el Pelado, que estaba en el inicio de su carrera –como Demichelis en la actualidad, vale la comparación- cometió un error que ya reconocería a los pocos meses: les anticipó a los periodistas, en vez de a los propios jugadores, que no renovaría el contrato de Cavenaghi y de Alejandro “Chori” Domínguez, quienes habían elegido volver a River para poner el pecho en las malas del Nacional.
Hace pocos años, Almeyda amplió en TyC Sports: “Fue un pésimo manejo mío. No me manejaba con jefe de prensa, entonces subí a la reunión con Daniel (Passarella, entonces presidente) y los contratos de ellos terminaban, entonces había que traerlos otra vez. Yo sabía el estado económico del club pero no se podía explicar todo. Hubo una interna económica ahí y hay muchas cosas que de mi boca no van a salir nunca. Obviamente el manejo de salir y decir que no estaban en la lista me perjudicó mucho a mí. Yo tenía una gran relación con los dos y por este manejo pésimo del que pedí disculpas 70 mil veces como si hubiese matado a alguien. Pero el mal manejo ya estaba hecho”.
Aunque son casos distintos, en algunos de estos conflictos hay una curiosidad en común: el último capítulo fue con River campeón. Como Alonso, Ortega y Cavenaghi, Enzo Pérez también se alejó campeón.
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